“Cada día del maestro” : Mención 10º Concurso Sin Presiones 2019

 Ax3DhgPN_400x400Cada Día del Maestro

Hice mi secundaria entre los años 80 y 84. En esos tiempos de la dictadura, guerra de Malvinas y vuelta a la democracia.

Cada vez que lo pienso no puedo evitar filtrar mi recuerdo a través de lo que sé ahora y de todo lo que viví desde entonces pero intentaré volver en mi memoria a la adolescente que fui.

Lo que más recuerdo era la insistencia en las formalidades. Las chicas debían llevar el cabello recogido (que no se escape ni una mecha), siempre de polleras y debajo de la rodilla (esto incluía a las profesoras), nada de maquillaje (ni siquiera se podían pintar las uñas). Los varones usaban saco y corbata, pelo muy corto (dos centímetros por arriba del cuello de la camisa). Siempre de zapatos, lustrados y de taco bajo (zapatillas solamente en gimnasia).

Se debía mantener el orden y la disciplina. Los celadores vigilaban nuestras expresiones y hasta los temas de conversación. Tanto en el aula como en los recreos, y al entrar y salir del establecimiento. Era muy importante ser correctos, higiénicos y silenciosos. Hablábamos en voz baja. En los recreos no se podía correr ni empujar. En realidad cualquier contacto físico era desalentado, y más tratándose de un colegio mixto.

El director recorría las filas de alumnos antes de entrar y nos sometía a inspección. Tenía fama de estricto, no solo entre los estudiantes sino también entre los profesores. A sus espaldas era aludido por un sobrenombre de su juventud que había trascendido: “carlucho”.

-”Ahí viene carlucho!”…Era alocución suficiente para que nos tragáramos los chicles, corriéramos cada uno a su banco y juntáramos cualquier papel del piso.

Era de los que pensaban que si querían asegurarse de que algo estuviera bien hecho debían hacerlo ellos mismos. Así fue que se reservó para sí la tarea de darnos matemática de tercer año, pues según su opinión constituía la bisagra para los años subsiguientes y las carreras que eligiéramos después.

Pero no era la única razón.

Lo descubrí cuando pasé a tercero y me tocó ser su alumna.

Un día nos dijo que tenía algo importante que consultarnos. Todos hicimos silencio y atendimos. En sus clases nunca volaba una mosca pero esta vez era distinto. Nos contó que la dictadura había prohibido enseñar en las escuelas la Teoría de Conjuntos. Por qué, no se sabía (a esa altura ya habíamos renunciado a encontrar explicaciones lógicas a muchas cosas) pero la paradoja era que luego se encontraba en los contenidos de los cursos de ingreso a carreras de ciencias exactas en la universidad. (La dictadura no solo producía tortura y muerte sino también estupidez).Así que ahora nos consultaba si estábamos dispuestos a aprender las lecciones que se ofrecía a darnos sobre teoría de conjuntos. En caso de aceptar deberíamos guardar discreción.

Pero como no era material del programa no se tomaría examen sobre el tema.

Recuerdo que nos miramos unos a otros con cierto desconcierto. Que nos dieran opción sobre un contenido ya era una novedad. Tampoco perdíamos nada por pasar un par de semanas aprendiendo un tema nuevo pero sin exámenes ni exponer en clase. El aire conspirativo que sobrevolaba la clase resultaba excitante para todos pero a su vez a nadie se le escapaba lo irónico y sorprendente que resultaba que justamente “carlucho”, el director temido, nos estuviera proponiendo romper una regla. Entonces esto era importante.

La decisión fue unánime. Todos dijimos que sí.

El profesor asintió con la cabeza, caminó hasta la puerta del aula, la cerró y comenzó la lección.

Y qué les puedo contar de las siguientes semanas. Hasta los más vagos se aplicaron. Nadie faltó. Nadie dejó de hacer los ejercicios. Nadie dejó de participar, de proponer ejemplos, de sacarse las dudas. Descubrimos que no solo se podía aplicar a conocimientos matemáticos, sino a todas las materias. Que nos servía como técnica de estudios, para clasificar y agrupar, para detectar redundancias.

Podría asegurar que nunca aprendí tanto ni tan bien.

Hasta el día de hoy, aunque han pasado más de treinta años, si ahora mismo me preguntaran, les podría hablar de diagramas de Venn, de conjuntos vacíos, el conjunto universal, de las funciones y operaciones: pertenece, no pertenece, unión, intersección.

A medida que estudiábamos seguíamos pensando por qué la dictadura querría privarnos de este conocimiento… si sólo nos enseñaba a pensar.

Ah claro…Y ahí entendimos.

Los años pasaron. La dictadura cayó. La democracia volvió. Ahora mi marido que es profesor de historia puede hablar con sus alumnos de todos estos procesos y analizarlos social y políticamente, no como en aquellos años, que la historia argentina llegaba sólo hasta las invasiones inglesas.

Ahora todos sabemos de los miles de docentes y estudiantes cesanteados, expulsados, desaparecidos. Ahora dimensionamos el ensañamiento de la dictadura con la educación pública y universitaria.

Ahora comprendo hasta el final el grado de arrojo que implicaba dar un contenido prohibido, y lo difícil que fue enseñar y aprender en esos años.

No llegué a agradecerle personalmente al profe, ni contarle lo que significó para mí su gesto. A los pocos años, ya en democracia, falleció de cáncer de páncreas. Pero cada vez que surge la oportunidad (como ahora), me tienen que escuchar cuando vuelvo a contar la historia de mi valiente y lúcido profesor de matemáticas. Que se plantó. Que tomó el riesgo y me enseñó a desobedecer y a resistir. A la escala que pudo. Y cada once de setiembre, en el día del maestro, levanto una copa imaginaria, con gran cariño:  -“A su salud, carlucho! ”

 

María Cecilia Ibarra   - Trabajadora de la Salud Pública – Ciudad de Córdoba

El Jurado expresó:  Muy lindo relato! Historia viva, memoria activa!

Relato evocativo y “de homenaje” con una muy interesante descripción del entorno (escuela en la última dictadura cívico-militar) y del personaje principal (“Carlucho”).

Contar el pasado para poner en juego este presente de país donde aún hay quienes juzgan, bajo intereses mezquinos, el valor de la educación pública, gratuita y…libre, en todos y cada uno de los sentidos que podamos atribuirle a esa hermosa palabra.

Cuántos “Carluchos “han quedado en el anonimato. Qué suerte tener esta historia para contar hoy, así, sin presiones.

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