Tercer Premio: 11° Concurso “SIN PRESIONES” Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs

fenomenoTítulo: “LO QUE SE SABE Y LO QUE SE OLVIDA

“…y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.” Gabriel García Marquez,
“Cien Años de Soledad”.
                                                                                              Entre semana, digamos entre martes y jueves, la guardia estaba más tranquila. Aunque no se crea, las urgencias ocurren más en fines de semana. Entonces, en lo bien que nos tomábamos unos mates tranquilos, aparecía la jefa. -Hola chicueeelos!. Quien estará más desocupadito? Para ir al depósito a buscar unas cositas? El tono de voz, el cantito, los diminutivos, eran su método para pedir un favor. Además de la fina ironía de suponernos ocupados, cuando hacía más de dos horas que no aparecía una ambulancia.
La jefa quería biblioratos, carpetas nuevas, cinta de papel, y necesitaba un voluntario. Es que buscar materiales en el depósito de insumos no médicos no era ningún moco de pavo. Esto debido a que don Ernesto, el encargado, a fuerza de estar tantos años en el puesto ya se creía el dueño.
Soltero, cincuentón, cejijunto y canoso. De camisa a cuadros prendida hasta el último botón, pantalón vaquero planchado con raya y mocasines. Reinaba detrás de su mostrador. Conseguir que te entregara materiales dependía exclusivamente de darle conversación. Nada de ir con apuros. Al que le iba con prepos lo despedía sin nada. Claro que mantener una charla con don Ernesto también tenía lo suyo. Había que dejarlo hablar, pero también comentar con pertinencia. Jamás contradecirlo, pero tampoco darle la razón del loco. Y saber apreciar su sentido del humor. Sonriendo, semi sonriendo, o con una risa corta, según fuera el caso, en el momento justo que intercalaba un chiste. Parece que yo era de las pocas personas que tuvo la paciencia o el interés para tomarle el pulso a esta delicada habilidad. Así, siempre conseguía que me entregue lo que le pedía. En realidad, él tenía cosas interesantes para contar. Porque después de más de treinta años de trabajo, conocía como nadie, muchas historias y anécdotas del hospital. Uno de esos días me lo encontré con un rollo de tela de lienzo sobre el mostrador y unas tijeras enormes. Los anteojos sobre la nariz.
-Mire…mire la calidad de lienzo que me mandaron. Esto no sirve para hacer sábanas ni para nada, ya se lo dije al contador.
-Es verdad don Ernesto–le respondí, frotando la tela entre dos dedos. –Esto tiene nylon, y para las sábanas se necesita puro algodón. Pero, yo no sabía que usted se encargaba de hacer las sábanas.
-No. Yo sólo las corto m’ija. Les mando a coser los bordes a un taller. Son más de cien que se mandan cada mes. Yo voy cortando de a poco, unas veinte día por medio, o así. Según tenga tiempo. Para que no se me junten.
-Claro. Pero tiene razón, hay que reclamar. Estas, a los pacientes, los van a hacer transpirar. Además que seguro no aguantarán el autoclave, para esterilizar las de quirófano.
-Pues claro m’ija! Usted me entiende…Después de hablar del clima y alguna otra noticia, volvía al servicio. Pletórica de fibrones, lapiceras, resmas A4 y hasta tijeras y correctores. Pero también de alguna nueva historia. Así supimos que años atrás había una cobayera en el patio, donde se criaban esos ratoncitos blancos para hacer experimentos. Que había un pabellón de leprosos. Y una residencia para monjas, que atendían a los internados. Yo pensaba que algún día lo entrevistaría más seriamente, con grabador o cámara, para empezar un anecdotario del hospital o algo así. Que quizá hasta fuera publicable y todo.
No tuve oportunidad. Un lunes al marcar la entrada en el reloj encontramos en la pizarra de novedades el aviso del sepelio de don Ernesto. No lo podíamos creer. El siempre estaba tan bien, firme en su puesto. Le faltaban unos cuantos años para jubilarse, no tenía ni sesenta. Al velorio no pudimos ir, era en Calera. Y todos teníamos guardia ese día, pero lo recordamos y nos enterábamos de los detalles. Lo había encontrado un vecino. El sábado a la mañana. La puerta de su casa abierta, las bolsas de compras en la entrada. Cuando el vecino se acercó lo vió tirado en el piso, aún con las llaves en la mano. Una muerte súbita. Me hizo pensar en todo lo que damos por sentado, suponiendo que siempre estará. En todas las cosas interesantes que contaba y que no registré y me iría olvidando. En que pasó a sumar un dígito más, en la triste estadística de los trabajadores de salud. Que no llegamos a vivir hasta la jubilación, o la disfrutamos muy poco. Sin embargo don Ernesto se llevó mucho más, y esa es la historia que quiero contar. No fue de inmediato. Primero hubo cambio de autoridades en el hospital. Después de las elecciones de la provincia, como era de esperarse. El nuevo director y subdirectora habían hecho una diplomatura en gerenciamiento en una universidad privada. Para prepararse para el cargo. No sabíamos si reír o llorar. Y en salud pública no? Bueno, como dice el dicho, el que sabe sabe, y el que no es jefe. Enseguida empezaron a hacer agua. En cualquier ámbito de la administración pública, cualquiera se da cuenta que, simplemente dejando a la gente trabajar tranquila, se puede tirar un tiempo sin que se note que no se tiene idea. Pero al menos habrá que tener el pragmatismo de enterarse, en cuanto se pueda, como es el movimiento. Especialmente de conseguir los insumos, las compras de medicamentos, el trato con los servicios tercerizados. Es verdad que también en el ministerio todo andaba manga por hombro. No le estaban pagando a los proveedores. Y las droguerías no entregaban nada. Los delegados teníamos mucho trabajo. Organizando asambleas, cortes y marchas. No había algodón, jeringas, antibióticos, sábanas. Lo de las sábanas fue todo un tema. Se hicieron notas para la televisión. Entrevistaron a familiares que contaban que traían las sábanas de su casa para los internados.
Entrevistaron al novel director, que llegó a decir que las robaban los pacientes. En los plenarios de delegados conversaba con compañeros de otros hospitales. Todos teníamos una situación de carencia en común, de materiales, medicamentos, condiciones edilicias y hasta de personal. Pero lo de las sábanas era un problema únicamente nuestro. Muy desconcertante. No me considero ni de lejos una persona muy brillante. Sólo cuento con la inteligencia promedio. Pero había algo, una duda que me inquietaba, y no llegaba a cuajar en algo concreto. Hasta que un día se me prendió la lamparita. Le pregunté a mi jefa, a quien habían puesto en el cargo que don Ernesto dejara vacante, en el depósito. Me dijo que Jorge, el más antiguo de los camilleros había pedido que lo pasen a ese puesto. Yo lo conocía bien. Era bastante más accesible que su predecesor, y se le podía hablar directamente sin tanto prolegómeno.
-Jorge, vos sabías que el encargado del depósito es el que corta las sábanas y las manda a coser a un taller?
-A mí nadie me dijo nada.
-Bueno, pero ves esos rollos de lienzo que hay allá arriba, en esa estantería?. Una vez lo ví a Ernesto cortando aquí sobre el mostrador y me dijo que eran para eso.
-Yo ví esos rollos ahí, pero hasta que a mí no me den la orden, no pienso hacer nada. A mí no me dijeron nada, ni de ningún taller ni nada de eso.
-Pero quien te tendría que dar la orden? La gente de ropería?
-Ah no. Yo respondo a los directivos.
Parece que a Jorge se le habían subido los humos ahora que estaba a cargo de un departamento. Aunque no tuviera a nadie como subalterno, pues el depósito tenía un solo empleado. Hablé con la jefa de enfermería. Con la jefa de ropería. Con el contador, con el encargado de compras. Me sentía como un profeta queriendo convencer al pueblo de una visión en el desierto. Y me pasó como al profeta. Nadie me escuchó.
A los meses la situación era insostenible. En pabellones de más de treinta camas, nos entregaban diez o quince sábanas por turno. Seguíamos pidiendo a los familiares que traigan su propia ropa de cama. Muchos al alta las donaban.
Yo me sentía con ganas de llorar, de puro desaliento y frustración. Cómo se lucha contra la estupidez y la desidia? Nadie había visto a Ernesto trabajar?
Una compañera, que estaba haciendo una especialidad de posgrado, de Administración de Enfermería, me consolaba.
-Vos tenés razón Ceci. Los pares de sábanas se deben calcular, por día, triplicando la cantidad de camas. Contando un par que usa el paciente, un par de cambio y el par que se manda al lavadero diariamente. Si se cuentan las que se van destruyendo con el uso… Yo escuchaba sin oír, a partir de que me dijo, tenés razón ceci. Tan hambrienta como estaba de una pizca de sensatez. Su dulce voz era el fondo de mi ensoñada digresión: Cuando un trabajador desaparece, sin haber sido escuchado, sin trasmitir sus saberes, desestimado, ignorado, cuánto perdemos? y por cuánto tiempo?…
                                                                                                                                                                                                María Cecilia Ibarra Enfermera Hospital Rawson de Córdoba Capital.

 

El Jurado expresó: Un hermoso y fresco relato a través de una trabajadora de la guardia del hospital que nos llevara al conocimiento de los mundos del ejercicio cotidiano del poder y de los saberes de la actividad en los ámbitos estatales o de la administración pública. Con habilidad nos va confiando los secretos de las distintas aéreas y nos desnuda las contradicciones entre la superestructura de representantes políticos o jefaturas y las acciones diarias que permiten en funcionamiento con continuidad o deterioro, del mismo más allá de las contradicciones. Inclusive marcando las distintas actitudes y responsabilidades mostrando su conocimiento de una verdad rebelada para los que transitamos por esos espacios en nuestra practica laboral, que las nuevas autoridades “en cualquier ámbito de la administración pública, cualquiera se da cuenta que, simplemente dejando a la gente trabajar tranquila, se puede tirar un tiempo sin que se note que no se tiene idea de que hacer”. Nos entusiasma con sus ideas de recolectar anécdotas de un personaje típico “don Ernesto” jefe de insumos que aprovecha su experiencia de más de treinta años y su “poder” para tener los minutos de fama y resolver los pedidos de las empleadas. También de esa personalidad que más allá de mandatos explícitos de sus jefes, se poden al hombro las cuestiones que existen pero explícitamente no están requeridas, pero que terminan siendo fundamentales para el funcionamiento del establecimiento. Una de ellas, de la que se trata el relato es la hacerse cargo del corte de lienzos que después en el taller de costura se transforman en sabanas para las camas de internación existentes. Un día queda trunca el sueño de la compañera de contar el glosario de anécdotas y conocimientos de tantos años de trabajo, y casi sin tiempo para llorar vera lo que será pronto un número más de una vida de un trabajador de la salud que no llega a su jubilación. La continuidad del relato nos enfrenta a los conflictos que marcan los problemas de los trabajadores que luchan por sus derechos y los familiares de los pacientes que reclaman por sus parientes internados y sobretodo algo tan sencillo como no tener que llevar más ropas de cama para ellos. Todo concluirá después de enredos y denuncias con la realidad de que la “nueva jefatura” del depósito no se habrá enterado nunca de su “responsabilidad” de qué hacer con esos lienzos que durante meses se fueron acumulando en un rincón sin ni siquiera plantearse su destino a menos que venga una “orden” de qué hacer con ellos. La paradoja por todas las cosas que se dijeron y fabularon frente al faltante mueve a risa si no fuera porque en esa tragicomedia se manifiesta un verdad dolorosa, tantas como para interpelarse al final sobre: ”cuando un trabajador desaparece, sin haber sido escuchado, sin transmitir sus saberes, desestimado, ignorado, cuánto perdemos? Y por cuánto tiempo?”

Tercer Premio 11° Concurso “SIN PRESIONES” Expresión Escrita de los Trabajadorxs – Organizado por el ISLyMA – Córdoba 2020

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