Relato del 14° Concurso “Sin Presiones” Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs

                         Carmen Molina

Conocí a Carmen Molina en 1974, en la fábrica TEX S.A, que elaboraba,
hilados de algodón, lana o viscosa. Mi trabajo era repartir en los comercios de la
capital y el gran Buenos Aires, los pedidos de madejas de hilados.

     La HiladoraVincent Van Gogh

La Hiladora
Vincent Van Gogh  

En la fábrica manipulaban los trenes de bobinados, unas     veinte  operarias.
Todas jóvenes vestidas con guardapolvos blancos y barbijos, por   el polvillo de los hilados.

El trabajo era sencillo, pero requería cierta rapidez en los  movimientos y estar  concentrado en lo que se hacía. Había bobinas pequeñas y otras más grandes, ambas giraban y debía pasarse el hilado de las grandes a las más pequeñas con rapidez.

Se trabajaba de manera mecánica, cuando el hilo de uno de los carretes pequeños se colmaba, la operaria detenía con la mano el giro de la mayor y al mismo tiempo con el pulgar y el índice sujetaba al hilo y con la derecha tomaba un carrete vacío para iniciar  una nueva bobina, todo en forma simultánea y muy rápida. Luego ambas manos se cruzaban para unir los hilos y soltarlas así ambas volvían a su giro habitual. Nunca debía mezclarse las    variedades de colores o de la calidad de la materia prima.

Si una operaria se distraía y no sustituía los hilos en el momento justo docenas de metros se perdían.

Carmen, era una empleada con varios años de antigüedad en la hilandería. Una  mujer que ya había superado los cuarenta años, delgada, muy pálida, tenía una mirada penetrante, pero muy  triste, llevaba el pelo lacio y suelto. Se había constituido en una operaria perfecta. Sus manos y brazos formaban parte de las   máquinas de bobinar y con  rapidez empalmar los hilos, no equivocarse en su grosor y tampoco cuando el tren de
bobinar se cargaba con hilos de distintos colores.

A la tarde cuando yo volvía a la fábrica, a rendir la mercadería entregada, sabía
conversar con varias de las operarias, siempre salía el tema de las exigencias del trabajo.
La hilandería cerraba a las 6 y todos salíamos apresurados. Con Carmen subíamos al
colectivo 162, hasta Retiro y allí tomábamos el tren de la línea San Martín, ella se bajaba en                                              San Miguel y yo seguía hasta José C. Paz. Charlábamos y así conocí muy de cerca la
historia de Carmen Molina.

Me contó que partía de su casa a las cinco de la mañana, viajaba en tren y luego en
colectivo hasta la hilandería en Avellaneda, rutina de ida y vuelta todos los días de la
semana, como muchos de nosotros.

Ella me decía con preocupación, que en la casa quedaba su marido, que había sido despedido                                      de una metalúrgica hacía siete meses y desde esa época no había encontrado otro trabajo fijo, solo                              changas temporarias, ella se había transformado en el sostén familiar.

A mediados de año el gerente de la fábrica nos reunió a todos para decirnos que se
había colocado una importante orden de producción de hilados de algodón para exportar a España,                                que se trabajaría todos los días una o dos horas extras.

En principio el sindicato puso objeciones, pero nos aumentaron el valor de las horas
extras, y se comenzó a trabajar más tiempo y a mayor ritmo.

A las pocas semanas la mayor intensidad en el trabajo se empezó a sentir en las
operarias.

Carmen, comenzó a apreciar las consecuencias de la extrema concentración, la
tensión y la rapidez para cambiar bobinas la fueron traicionando, sentía sus brazos rígidos la velocidad y                        la precisión de movimientos se fue perdiendo.

Nos contaba a todos que de noche no lograba relajarse y descansar, a veces ni
pegaba un ojo y sus músculos no se distendían, se despertaba por los calambres que le
tomaban los brazos. Había mañanas que no podía levantar la pava del agua.

—La pava es vieja, grande y pesada—me decía.

Venía a trabajar sin haber tomado un café.

Estos síntomas le parecían raro, era como encontrarse ante una enfermedad
desconocida, pensaba que esto obedecía a otra cosa, algo psicológico quizás. Había
perdido el deseo del sexo, su relación matrimonial estaba barranca abajo. No podía
determinar qué le pasaba.

En el mes de octubre, durante tres días no vino a trabajar. El capataz de la hilandería,
le hablo por teléfono para preguntar por su ausentismo, le reconoció que era la mejor
empleada que tenía, y que la esperaría hasta el martes, así descansaba.

Carmen volvió a trabajar, pero su rendimiento fue en descenso, no era la operaria
perfecta para cambiar bobinas.

En los días siguientes comenzó a tener actitudes no habituales, se distraía con
facilidad, no manipulaba las bobinas con rapidez, por lo que se desperdiciaban metros de
hilo que se amontonaban en el extremo del tren de bobinado, ante lo cual ella entraba en
pánico, con un llanto incontrolable y sus compañeras tenían que calmarla. Otras veces se
refugiaba en el baño. Volvió a fumar después de años de haberlo dejado. Un día contó que le propuso                              a su marido irse unos días de vacaciones a algún lado.

Pero este le respondió que no tenían dinero y que él debía seguir buscando trabajo.

El gerente de la hilandería la llamó un día a su oficina.

—Carmen, usted ha sido por mucho tiempo la mejor operaria que teníamos. Su
producción ha caído, debe mejorar o si usted quiere la puedo pasar a embalar cajas, pero
de auxiliar, con lo cual su remuneración disminuirá. ¿Usted me entiende?

—Sí señor, voy a esforzarme.

En la segunda semana de noviembre no se presentó a trabajar. El capataz le habló
por teléfono a su casa.

Su marido le explicó.

—Qué ella no se había levantado en toda la semana de la cama, se sentía agotada y sin fuerzas.                                    Que llamaron a un médico del hospital de San Miguel, quien le recetó unos remedios, lo único que dijo: es que                 Carmen tenía “estrés laboral episódico” y dejó un certificado médico para presentar en la fábrica.

El certificado indicaba 20 días de licencia en su trabajo y un tratamiento con un psiquiatra para el estrés laboral. La delegada gremial llevó el problema ante el sindicato, hubo reuniones con el gerente y por último con los dueños, a Carmen la indemnizaron y no volvimos a saber más nada de ella.

 

Jorge Navarra Jubilado (Trabajó en Bs. As y Córdoba) – Villa Allende – Provincia de Córdoba - 

Relato del 14° Concurso SIN PRESIONES  Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs                                                    Organizado por el ISLyMA , 24 de agosto de 2023

El Jurado expresó: La fábrica y la historia de Carmen Medina, nos recuerda a Amanda de Víctor Jara. Una mujer, una fábrica y la historia del cansancio, lo extenuado de la entrega en cada día, el estrés laboral episódico y una indemnización que borra a una compañera del mapa, como si se la tragara la tierra. Un relato intenso y muy bien contado.

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