Mención 7º Concurso Sin Presiones: “Mi lugar en el mundo”

Mi lugar en el mundo

1accbf241db85e504f48eec63f6eb976_largeMi lugar en el mundo es una expresión que todos la usan para dejar en público conocimiento donde están más cómodos, más felices; en donde pueden disfrutar de la vida sin presiones,  disfrutando de la mejor manera su día a día, siendo uno mismo sin miedo a darse a conocer como realmente es. Eso es lo que te dan esos lugares, esos pequeños lugares en el mundo, que desinhiben al más tímido a mostrarse complaciente por el sitio en el  que se encuentra.

Generalmente a esos lugares la gente los encuentra cuando sale de vacaciones, en busca de nuevos horizontes, persiguiendo la  paz y la  tranquilidad, donde los tiempos y horarios no existen y la rutina desaparece por el tiempo en que se mantienen de vacaciones haciendo ocio.

Rara vez  escucho hablar de “mi lugar en el mundo” haciendo referencia a su lugar de trabajo, pero sí suelo oír que algunos llaman a su lugar de nacimiento de esa manera, su lugar en el mundo, el que los vio nacer y crecer, lugares que guardan los mejores recuerdos de la infancia y adolescencia de una persona.

“Mi lugar en el mundo” es similar  a la expresión  de  “como pez en el agua”, para de alguna manera ejemplificarlo con otros términos. Con la diferencia que el pez es en el único lugar, en el agua,  que se puede encontrar como tal, de otra manera pasa a ser pescado.

A orillas del mar tirado en la arena o sobre una reposera, clavando la vista en el infinito donde  el  celeste del cielo y  el del   agua se hacen uno solo, es un paisaje inspirador para decir que ese es un lugar que no cambiaría por nada. Están los otros, amantes de las montañas, que con el silencio de la noche y a la orilla del asador humeante clavan la bandera de “mi lugar en el mundo”

A través  de un cristal y mirando la lluvia caer,  en algún cafetín porteño, tomando un rico café con un buen coñac en rueda de amigos, hablando de cosas sin saber bien de qué, es un buen lugar para disparar la frase en cuestión.

Y cada uno tendrá su espacio  en el mundo sin ser un lugar paradisiaco, para los demás, pero el solo hecho de tomar mate en una galería abierta mirando el ocaso, o a orillas de un arroyo tirando piedras tratando de hacer sapitos, son lugares suficientemente  bellos y que te dan la paz como para olvidarte del día a día, de los problemas de la inflación, del uno en la libreta  o la goleada recibida por tu equipo.

Mi lugar en el mundo, hay que encontrarlo.

Con la suerte de conocer algunos lugares de mí país, en tiempo con otras políticas económicas, a lo ancho y a lo largo, como también en algunos países limítrofes, siempre me dije que Mar del Plata era el lugar que elegiría para el día a día, y por qué no, para mis últimos actos.

Mar del Plata, mar, ¿agua fría? sí, arena, no de las más finas y doradas, viento fresco  y molesto, olor a pescado. Pero a estas contras  le ponemos el lado positivo de tener el mar  cerca todo el año, se descansa de noche, en verano como en invierno, sin mosquitos; espectáculos  al por mayor, deportivos y culturales, teatros con las principales estrellas. La posibilidad de pescar sin restringirnos y conseguir el lógico pescado fresco y variado.  Mar del Plata me gusta, me sigue gustando, tanto o más que sus alfajores rellenos con dulce de leche  revestidos con chocolate.

También hay muchos que viven de lo que les gusta, trabajan de lo que les da beneplácito, o sea, cobran para hacer lo que les da placer. En diferentes disciplinas, como los actores, deportistas, artesanos, chef, y una innumerable cantidad de oficios que le dan gozo  a los que los llevan a cabo. Los maestros con su vocación de enseñanza, y mira que no es fácil ser maestro, más en estos tiempos en que los chicos se la saben a todas y el respeto se está perdiendo apañados por sus propios padres. No es fácil ser maestro o profesor, así me lo dicen los que lo son, los que estudiaron para ejercer como tales.  Mantener la atención de manera permanente a sus alumnos requiere de  un gran carisma para mantenerlos ocupados y entusiasmados con las tareas a realizar o los temas a debatir.

Veinte, y hasta treinta chicos en una misma aula con la maestra manteniendo el orden en las escuelas de las ciudades no es una tarea sencilla. Más fácil, no simple, debe ser  dar clases en alguna escuela rural, o esas escondidas  entre los cerros  donde las necesidades abundan como la jarilla  o el tabaquillo. Claro está, el cariño que demuestran  estos chicos a las maestras, que también hacen de madres, de las escuelitas de campo, en las escuelas de las altas cumbres  o las construidas   en el monte chaqueño, es bastante distinto al que reciben los docentes por estos lados, más acostumbrados casi al tuteo entre  los alumnos con “la seño”, diferente al  trato más solemne como es el que transmiten  los estudiantes  de aquellas escuelas en esos  recónditos parajes.

En definitiva, acá o allá, los docentes tienen su aula, más pequeña, mejor calefaccionada, ésta mejor pintada  que alguna otra, pero en definitiva el sentido que da es el mismo, es el lugar de enseñanza y respeto hacia la maestra y sus compañeros.

El aula, también para mucho es considerada “mi lugar en el mundo”. Puede dar risa pero es así. La mayoría estará pensando al leer esto que seguro que para ningún niño lo es, ya que van a la escuela casi por obligación  y no por placer a estudiar para crecer culturalmente. Los docentes difícilmente puedan decir esto, de “mi lugar en el mundo” en un aula, con la miseria de sueldo que cobran, los continuos paros y faltas de elementos que la mayoría padece para poder llevar la clase adelante. Demasiado esfuerzo y sacrificio, por más vocación y amor que se tenga con y para la docencia y los niños, como para elegir al aula como “mi lugar en el mundo”

Pero hay quienes sí consideran a “su aula” como un lugar en el mundo, aunque sea  de manera pasajera y transitoria.

Y soy uno de esos que  considerar  a “mi aula” en  un lugar preferido en mis días, un lugar que me hace olvidar los problemas, aunque sea por un par de horas.

Pero mi aula es muy distinta a esas que ustedes se imagina, que cualquiera puede concebir  en su mente, una clásica aula con el  pizarrón colgado, los bancos, mesas o sillas, dispersas por la sala, la clásica decoración  con mapas, carteles con  partes del cuerpo humano, etc. etc. Con un escritorio con carpetas, una silla para que se siente el docente, tizas y borrador, y no mucho más que eso.

Como decía, mi aula es distinta, muy  distintas a las convencionales, ya que no tiene paredes, pizarrones, sillas, ni siquiera tizas y mucho menos mapas colgados. Es un aula en que cuando hace frío, se siente, y  no hay manera de calefaccionarla; cuando hace calor no basta el agua que tomamos con mis alumnos para menguar la temperatura; cuando llueve no tenemos un techo para resguardarnos, ni un mísero paragua para no mojarnos. Y si esto  sucede, el piso que no tiene piso, comienza a mojarse de tal manera que si no tiene alguna verde alfombra que lo proteja se transforma en un verdadero fangal. Pero a diferencia de las otras aulas cuando el piso se moja, o estamos en plena clase con lluvia, es cuando los alumnos más prestan atención, disfrutan y piden, cuando la hora de retirarse llega, quedarse un rato más para repetir algún problema táctico o alguna repetición   lúdica.

Es muy particular “nuestra aula” en donde hay cosas en que sí se parecen a las otras aulas, como ser a la hora del inicio de la clase, siempre hablamos de a uno, pero cuando se da inicio a las tareas prácticamente todos  los alumnos hablan a la vez sin que esto sea un hecho de mal comportamiento  merecedor  de un reto. Es más, para dirigirme a los niños, en plena clase, debo levantar la voz, y a veces en demasía, para que los chicos puedan escuchar las instrucciones a desarrollar.

Esa es mi aula, y la de muchos.

Es un aula muy particular, comenzando por las medidas y por los detalles antes  mencionados. Y el tamaño no  es una cuestión como para no sorprenderse, ya que en “mi aula” podrían construirse por lo menos sesenta de “las otras aulas”, las que ustedes se conocen y han habitado alguna vez. Es que mi aula tiene medidas realmente grandes y lo llamativo que no tiene ni una sola ventana, sino un gran ventanal, algunas con  apenas  una puerta, y otras ni siquiera eso. Es tan grande mi aula que puede  llegar  a medir unos 7.700 m2.

Es tal la magnitud, como la felicidad que me proporciona entrar en ella. Mucho tiempo antes lo hice como alumno, y a decir verdad, siempre tenías materias para rendir, y algunas quedaron previas aún. Ahora ingreso sin pedir permiso, lo hago como docente, con una profunda vocación de enseñanza, que eso si lo supe aprender, enseñar a enseñar. Porque saber hay muchos que saben, como alumnos y también sabedores de todos los conceptos que les pueden haber proporcionados. Pero enseñar es otra cosa, que a veces se me  complica a la hora de querer demostrar algún movimiento, pero pedagógicamente se termina persuadiendo  al alumno, que en definitiva es lo más importante, que el niño se vaya de la clase convencido de que algo nuevo  aprendió o mejoró.  Sabrá él como llevarlo a cabo después en las evaluaciones de los días sábados. 

¡Ahhaa, claro! No les dije que  en mi aula se estudia de lunes a viernes, y los sábados se toman los exámenes. No solo por mí, a veces tenemos que viajar y los profes de negro y los alumnos de otras escuelas  no suelen ser muy benévolos con ellos.

Es mi aula, casi un jardín cuando está bien cuidada, tan verde como esas praderas llenas de tranquilidad que dan ganas de matear y transformar ese paraje en “mi lugar en el mundo”.  Con sus líneas demarcatorias blancas como la espuma de aquel mar que daba imaginación a alguna otra persona catalogándolo  como “su lugar en el mundo”. Con días de lluvias que la riegan pero sin la chance de ver en esta aula un multicolor arco iris, pero si un blanco  arco  que ilusiona al más chambón en convertir el gol soñado.

Es mi aula, y la de tantos otros. Es mi aula, tu aula, mi cancha, tu cancha. La de miles que estuvimos en esto, primero como alumnos y ahora como docentes. Es mi aula que me inspira a decir que “es mi lugar en el mundo”, sin mares y playas, montañas o bosques a la vista.

                                                                         Pato Ramón

Miguel Hirám Ramón - Arroyito Provincia de Córdoba. (2016)

Del jurado: Es una buena narración, con una redacción ágil, fácil de leer. Comienza en mar del Plata como su lugar en el mundo y luego lo traslada al mundo del trabajo. Sugiere,  sin decirlo,  una solución a la salud laboral en el trabajo.  Esa solución sería ” hacer lo que a uno le gusta ” aun cuando las condiciones laborales no sean buenas (ej. Un maestr@) o ejemplos virtuosos (deportista, artesano, actor, etc.)

Sorprende con el final sobre cuál es su trabajo como su lugar en el mundo; su aula una cancha.
Por su redacción, novedosa solución a la problemática y final. Original, bien redactado, mantiene la expectativa hasta el final acerca de: ¿a qué trabajo se refiere? El trabajo como centro de la vida, como lugar de disfrute y la docencia como entrega, como persuasión hacia el alumno, para que se “vaya convencido que algo nuevo aprendió o mejoró” como dice el autor.   Transmite amor por su trabajo.

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