1º Premio : 8º Concurso Sin Presiones : “Amo del Río “

Sin título-1
Título:  Amo del Río

Introducción: Se trata de la historia que se esconde tras un personaje de pueblo. Historia de amistad y trabajo, de entrega y desilusión, de fracaso e injusticias, de uso y abuso del ser humano, que tras la cara amable de un ser apacible, se ocultan en el silencio noble de su existencia.-

Era un indio guaraní vestido de criollo. En lo profundo de su mirada podía verse la historia de su pueblo, y en la dulzura de su voz la tranquilidad de su alma. Esa tranquilidad de quién se siente contento consigo mismo.-

Lindo era verlo todas las mañanas regar la calle del frente de su casa. Siempre en manga de camisa y pantalón de grafa. Siempre, con frío o calor, con lluvia o sol, él estaba allí. Cuando pasábamos con mis hermanos caminando rumbo a la escuela, en esas mañana desoladas, frías y obscuras de invierno, era un alivio de tranquilidad y confianza, verlo en la puerta silbando bajito con la regadera y una sonrisa de ternura en el rostro…

Amo del Río le decíamos porque así le decían todos. Nunca supe si era porque su casita humilde estaba ahí a la vera del delta que circundaba el pueblo, como custodiando el ingreso a las turbias aguas, o porque nadaba y pescaba como nadie desde que empezó a caminar, según contaban los viejos.-

En las tardes calurosas de verano, cuando andábamos de travesura por el río, solíamos verlo en su bote, igual que en su vereda, silbando y sonriente, con su brazo derecho inmóvil y lleno de cicatrices, y el izquierdo hábil con el sedal y el anzuelo. Nunca le escuché un insulto, una mala cara, nunca oí su voz de enojo, o fastidio. Tampoco nunca le conocí familiar. Solo y solito vivía la vida el Amo del Río. Así pasaba mi infancia y su vejez, con días que transcurrían mudos, en silencio. A veces despacio, a veces con la velocidad del tiempo de mi niñez.-

Siempre sentí que él iba a ser parte permanente de mi vida, que siempre iba a estar ahí. Hasta ese día. Venía distraído caminado de la escuela y al doblar la esquina y enfilar por la calle larga que terminaba en su casa, vi el auto de la policía en su puerta y a mi padre, juez de paz, serio como nunca lo había visto, conversando con el agente apostado en el lugar.-

El Amo del Río había muerto como vivió, en silencio y con una sonrisa. La tarde en que lo enterraron, le pregunte a mi viejo; – Vos lo conocías papá? -Yo? -Dijo mi padre en tono de asombro. – Yo hijo no solo lo conocía sino que lo quería más que a un hermano.- Solo eso dijo y su seriedad y gesto de profundo dolor no me dieron espacio para preguntarle nada más.-

Con los años mi curiosidad fue creciendo y luego de insistir con tozudez, logre que mi ya anciano padre me contara su historia.-

Ellos se habían criado juntos, vivían ahí donde vivieron siempre, a poquitas cuadras y en el mismo barrio. Él, hijo de guaraníes que casi ni hablaban castellano, mi padre, hijo de comerciantes descendientes de inmigrantes. Ni se acordaban cómo se habían conocido, ni cuales fueron sus primeros diálogos. De siempre andaban juntos. Fueron a la misma escuela y hasta las mismas novias compartieron. Llegado el tiempo de juventud y de buscar nuevos caminos, comenzaron a trabajar en el puerto del lugar.-

Ese año una importante empresa de transporte pluvial se había instalado en el pueblo. Prontos y ávidos de trabajo, como tantos otros jóvenes de su tiempo, se presentaron presurosos a ofrecer su único capital de vida, sus brazos, su juventud, su salud, a cambio de un prometido porvenir de trabajo.-

Así los dos hablaron con el encargado de personal para que los dejara juntos en la misma área. Les tocó carga y descarga. Los primeros años fueron a pulmón y a fuerza de musculo y voluntad. Allí en ese tiempo, no había maquinaria alguna que los ayudara a descargar los camiones. Les tocaba llevar a pulso los bultos de yerba, tabaco, frutas, y lo que fuera que produjera la fértil tierra de la región, hacia  las barcazas que surcaban el río rumbo al mar.-

Eran los años de su plena juventud, su cuerpo parecía no agotarse jamás, sus manos las sentían de acero y sus hombros indestructibles y así de fuerte e invencible era su amistad.-

Con los años en mi padre hizo mella la plegaria permanente de mi abuela, que le rogaba que estudiara, que no dejara su juventud en el puerto. Así con gran dolor se separó por primera vez de su amigo y partió a la capital a estudiar derecho. Ahí quedó el Amo, entregando su juventud, su más preciado y único valor, su vida, su salud, sus anhelos y esperanzas. Así como los pobres entregan su existencia a la caldera de los patrones, como la leña y el carbón que en ellas se consume.-

Los años pasaron. Mi viejo se recibió de abogado y el Amo del Río de peón. Nunca quiso puesto de mando o jerarquía. Nunca alzaba la voz contra los patrones aun sufriendo alguna injusticia. Por ello se ganó los peores trabajos, los más rudos y peligrosos. Él sin chistar, a todos y cada uno los cumplía. Trabajando y amando profundamente lo que hacía se le pasó la vida al Amo del Río.-

Los patrones no lo querían, aunque nadie trabajaba como él. Para ellos era un indio, una molestia a sus ojos, una mancha a la imagen de la empresa, una espina en la bota difícil de quitar.-

Y el destino, que a veces juega para los que más tienen, les dio la oportunidad de salirse de él. Una tarde, ya al finalizar el jornal y faltando descargar con la grúa el último de los bultos, una correa se suelta, la grúa vuelca y se derrama todo el contenido en el playón de descarga, destruyendo un camión y dos montacargas.-

El Amo que se encontraba ya acomodando las cosas para irse, al advertir la situación corrió sin pensar más que en salvar al cadete que distraído se encontraba bajo la grúa. De un empujón logró correrlo del lugar, pero no pudo quitarse del todo y una eslinga del montacargas, le destrozó el brazo derecho.-

Guaraní del río su vida valía menos que la carga que se había perdido. Así manco ya no servía. Indemnización, jubilación, invalidez? De eso no se sabía o no se hablaba con los indios en mi pago en ese tiempo. Con una escasa recompensa lo echaron a un lado como la herramienta que se rompe y se arrumba en algún galón viejo.-

Y ahí quedó el Amo del Río, sin una sola queja ni enojo, en su rancho, hablando solo, la lengua de sus abuelos, con el destino de los excluidos.-

Mi padre lo visitaba y lo ayudaba siempre que podía, porque nuestro pasar tampoco era el mejor. Él se lo agradecía con una sonrisa y una palmada.-

Y así se fue su vida, en silencio.-

Perturbado por la historia que mi viejo me contaba, y no sé si porque lo quería o porque ese viejo indio estaría siempre en mi corazón, con el ímpetu de mi juventud, le pregunté a mi padre: -Papá, porque no se quejó? Porque no fue rebelde? Porque no gritó a los cuatros vientos, su pobreza, su lucha, el desprecio y su dolor? Y mi padre con vos seria y profunda solo pudo decirme: – No lo sé hijo, no lo sé.-

A mí que a todo quiero darle un sentido, a todo un porque, me gusta pensar que esa sonrisa cálida, ese andar amable, esa mirada limpia, ese paso por la vida sereno, tranquilo, en silencio, era su mayor acto de rebeldía, contra un mundo que lo trató así, como indio y como pobre y que, aunque al final de su vida útil lo echó a un lado como a una silla vieja, jamás pudo corromper la pureza y bondad de su corazón.-

Bartolito
Pablo Sebastián Sabas.-
Trabajador Judicial – Villa Dolores – Provincia de Córdoba
( Primer premio 8º Edición 2017 – “ Sin Presiones “: Concurso de expresión escrita la salud de los trabajadores/as)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>